Antonio Díaz-Florián
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BIOGRAFÍAMONTAJES PIEZAS ARTÍCULOS
 
     
 

2007 - El bufón trágico andino y su tocayo europeo - A. Díaz-Florián.
2004 - El Corral de Comedias en compañía del Caballero de Olmedo - A. Díaz-Florián.
2004 - La Cartoucherie: une aventure théâtrale - Joël Cramesnil. (extractos del libro en francés)
2000 - Teatro Latinoamericano: Entrevista Díaz-Florián - Osvaldo Obregón.
1991 - Tamerlan: The beauty of the Resistible Tyrant. - Brian Singleton.

 

EL CORRAL DE COMEDIAS:
espacio escénico, espacio dramático.

Actas de las XXVII jornadas de teatro clásico de Almagro.
Almagro, 6, 7 y 8 de julio de 2004.
"Colección corral D"

Los primeros pasos en el Corral de Comedias
en compañía del caballero de Olmedo

Antonio Díaz-Florián


DIRECTOR DEL TEATRO ESPADA DE MADERA-MADRID


Ya sea un cristiano que entra en una catedral, un musulmán en una mezquita o un judío en una sinagoga, todos sentirán en dichos lugares la presencia de lo que para ellos significa «sagrado». La arquitectura del lugar habrá sido condicionada de tal modo que el feligrés pueda entrar en contacto con la parte más profunda de su ser. Los que tenemos el teatro por religión y vivimos bajo sus mandamientos, también sentiremos sensaciones de plenitud al entrar al Corral de Comedias de Almagro. Su arquitectura nos permitirá evocar cualquier verso que don Lope nos legó en su El caballero de Olmedo y tener la sensación de que forma parte intrínseca del lugar.

Para que el Corral nos permita acceder a tales riquezas dramatúrgicas, es necesario que los directores nos despojemos de ese aire altivo del cual nos revestimos y que nos otorga saber más que los Maestros. Pretensión u orgullo que, a menudo, es la expresión de una gran inseguridad; de un miedo innato que tenemos ante la abrumadora potencia de la simplicidad. Y el Corral es el lugar por excelencia don­de lo superfluo no tiene cabida. Cuando ponemos los pies en espacios escénicos donde tantas pasiones se han barajado, solo nos queda el silencio como norma. Ante éste, el texto de don Lope puede servirnos como guía cauteloso por los dédalos de la pasión y finalmente poder acceder al alma del espectador.

Decididos a lograr tal meta, es menester dejar el mundo de la calle, atravesar el portón y entrar al patio donde podemos ya sentirnos en el vientre del arte dramático. Desde aquí, la escena nos invitará a pisar sus tablas, como si fuéramos atraídos por las olas de un inmenso mar. He tenido la suerte de poder observar cientos de visitantes matinales del Museo-Corral y constatar que aquellos que llevan dentro el virus del teatro se ven irresistiblemente atraídos por el tablado. Después de un corto momento de acecho para comprobar la ausencia de guardianes e ignorando el cartel que le prohíbe el acceso, la persona atraviesa la puerta que separa el mundo del espectador y el de los cómicos, recorre un corto pasillo, sube los tres escalones y por fin pone los pies sobre lo divino: el escenario.

¿Y adonde se dirige intuitivamente? Al lugar donde todo ser humano se dirigirá: al centro del escenario. Allí donde se cruzan las líneas imaginarias que unen los cuatro ángulos del rectángulo teatral o del cuadrado alquímico. Conocedor intuitivo de las fuerzas de la naturaleza, nuestro visitante, no se sentirá cómodo en ese cruce de energías, porque sabe que allí moran los dioses, y de hecho le veremos avanzar un paso, como queriendo acercarse al público. Una vez que ha accedido al punto culminante de su periplo, sentirá la necesidad de recitar o cantar los versos que aún rondan en su mente. Tan solo necesitará una mirada hacia el retazo de cielo enmarcado por el tejado de los balcones y la luz del recuerdo pondrá entre sus labios los primeros versos de El caballero de Olmedo:

ALONSO. Amor, no te llame amor
el que no te corresponde
pues no hay materia adonde
no imprima forma el favor .

Luego, el silencio, alma y esencia del arte dramático, se instalará.

Si el visitante pudiera repetir lo que acaba de hacer ante un público, se trataría de teatro, pero como no es el caso, este ejemplo nos servirá para exponer el postu­lado según el cual podemos afirmar que todo ser viviente sabe utilizar o apoderarse de un espacio siempre y cuando éste sea vital para su supervivencia. La simplicidad que a menudo nos ofrecen las arquitecturas ancestrales exige de parte de los usuarios contemporáneos respeto, palabra que no es de agrado en nuestros tiempos. Pero en realidad no es devoción absoluta sino otorgarse el tiempo necesario para sentir las fuerzas o energías que un determinado lugar posee. Saber por dónde nace y muere el sol sería el primer paso para comprender la riqueza de un espacio. Pero no. Los directores que visitamos por primera vez un teatro, nos preocupamos antes de la cantidad de focos con los que podremos construir nuestro propio universo de luz que de las posibilidades energéticas que el lugar nos brinda. Para ello exigimos que las pare­des, cortinas y mobiliario escénico sean de color oscuro, convencidos que para crear una situación dramática es fundamental disponer de un juego de luces versallesco y un decorado faraónico. Quizás en una de esas cajas negras, que muchos arquitectos contemporáneos fabrican, algún que otro director logre crear su universo, pero en el Corral de Comedias le será imposible. Por la sencilla razón que su arquitectura está intrínsecamente unida, como el «Globo» de Shakespeare, a los caprichos del tiempo. En cualquier momento puede llover, levantarse el viento, hacer un calor sofocante, el cielo nublarse y el frío invadir la sala. Sin contar con la luna que, según su interminable movimiento, entrecortada o completa, acompañará los versos de don Lope, que tanto se parecen a los del «converso» don Fernando de Rojas:

ALONSO. Todo lo que Inés no es
desprecio, aborrezco, ignoro.
Inés es mi bien;
yo soy esclavo de Inés;
no puedo vivir sin Inés

Los enamorados del Corral, porque realmente se trata de una pasión inexplicable, sabemos que entre las piedras del patio, las barandas de los balcones, las tablas del escenario, moran miles de cupidos dispuestos a contaminarnos con sus flechas envenenadas de arte y hacer vibrar nuestros pechos de ese amor único que tan sólo tiene vida en escena.
Ese amor que puede matar, morir y renacer.
Los grandes «cómicos» mueren, asesinados por una trágica pasión, para renacer al día siguiente y continuar contando la interminable historia del Amor.
Don Lope conocía muy bien ese amor, no porque lo imaginara, sino porque lo llevaba en el alma. Y pone en la boca de Tello, criado y portavoz de la sabiduría popular, el riesgo que implica la pasión por el arte:

TELLO. Verdad es que se dilata
el morir, pues con mirar
vuelve a dar vida la ingrata
pues da vida a cuantos mata,
y ansí se cansa en matar ...

La pasión puede tomar tantos aspectos como seres apasionados han pisado el Corral. Estos saben que para nutrirse de la belleza que el edificio nos propone no se trata de utilizar forzosamente las puertas, pilares y escaleras, haciendo entradas, salidas, saltando o corriendo por los balcones, sino de hacer que los personajes de la obra que se monta, unan su pasión a cada centímetro cuadrado del Corral, como se puede unir la casa de nuestros padres al recuerdo de nuestra niñez. Tenemos que intentar unir el amor de don Alonso y de doña Inés a cada una de las partes de la gran casa donde transcurre su tragedia. No tan solo las partes visibles por el espectador, sino también de los sótanos, trastiendas, y camerinos. Todo el edificio, desde la fachada hasta los muros que colindan con los vecinos, hace parte de la trágica historia de los enamorados.

La responsabilidad del director no puede detenerse en lo que pasa sobre el escenario sino que debe abarcar todo el recinto teatral. Nuestros antepasados nos han legado un corral alrededor del cual la gente vivía en comunidad; compartiendo dichas y dolores. Vidas enteras con sus respectivos nacimientos y muertes. Poco a poco, y durante un Siglo de Oro, las puertas de los vecinos se fueron tapiando para dejar encerradas, entre los cuatro corredores, algunas de las más grandes historias de amor que el género dramático mundial haya conocido. Talía, la musa del teatro, no necesitaba los muebles y decoraciones de los aposentos.

El arte clásico manchego es riguroso como su paisaje, exigente en su pasión y preciso en lo esencial. Tan solo ha aceptado guardar de la posada de antaño, su estructura de madera. Pilares, vigas, umbrales y barandas protegidos de los insectos y de las agresiones del tiempo por la pintura «almagro», cuyo color se asemeja al manto rojizo del crepúsculo, cuando comienza la lucha por el reino del cielo entre el sol y la luna. El radiante sol estival sabe que perderá el combate por unas horas, pero antes de desaparecer habrá logrado plasmar sus rayos «almagríes» sobre todo el esqueleto que da forma y sostiene al Corral.
Color de sangre cuajada, enmarcada por la blanca espuma de la cal que recubre las paredes. Dos colores complementarios a los que solo se puede agregar el negro. 

El Caballero y los personajes de la tragedia se encargarán de aportar el tercer color fundamental a través de sus vestuarios: el negro. Mensajero de la muerte y del eterno luto. Porque no se puede jugar con el amor a tales intensidades, como lo hacen los personajes de don Lope, sin pagar el más alto de los precios: el de la vida.
El Corral se irá cubriendo de negro a medida que la obra se desarrolle y vayan entrando los diferentes actores de la tragedia. Este es el momento en que su arquitectura exigirá, por parte del director, establecer un equilibrio perfecto entre las fuerzas dramáticas.

A mi parecer, se trataría de equilibrar dos platillos de una balanza cuyo eje cortaría el edificio en dos partes simétricas. Parece muy simple, pero ello exige haber analizado atentamente los innumerables detalles que hacen del Corral una serpiente cuyo veneno puede dar vida o muerte. Su asimetría puede ser una trampa para el director que no se ha otorgado el tiempo necesario para captar las riquezas y dificultades que el Corral encierra.

Por ejemplo, la ausencia de la tercera puerta del escenario es y será un misterio que rondará nuestras mentes sin poder resolverlo. No vale la pena lanzarse a la búsqueda de «la» explicación, como a la búsqueda del Santo Grial, porque la respuesta está en lo más profundo de nuestro propio ser. Cada equipo de cómicos, con la ayuda del Poeta cuya obra se está montando, encontrará la justificación que mejor le convenga y tratará de compartirla con el espectador.

Como conclusión de esta corta charla sobre del Corral de Comedias, me permitiría alertar a los nuevos directores sobre el peligro que conlleva este maravilloso edificio. Cuando en medio del desierto, la sed nos pone al borde de la vida y la muerte y de pronto encontramos el ansiado oasis, no debemos precipitarnos sobre el agua sin antes habernos cerciorado de que no es venenosa. Del mismo modo, lanzarse a cuerpo limpio sobre el escenario del Corral puede ser tan mortal para el artista sediento de teatro, como lo sería para el viajante inexperimentado del desierto. No conozco método ni escuela que pueda enseñarnos a utilizar este santuario del Teatro Clásico, a no ser la práctica, que conlleva errores y nuevas tentativas.

 

 
     
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